miércoles, 18 de diciembre de 2013

Visitantes

Tenía la certeza de que mi insomnio era peculiar, no era simplemente de esos que ocurren por delirios o ansiedad. Algo raro podía ocurrir, de algo tenía que estar alerta. 

El silencio estaba más muerto de lo habitual, más que majestuosa la noche se había tornado tétrica. Las tenues luces de la calle que alumbraban las ramas de las matas dibujaban sombras con formas abstractas. Los aullidos de los perros realengos eran señales de que algo se aproximaba, no estaba seguro de lo que era pero podía sentirlo, se estaba acercando.


Un escalofrío erizó mi piel, mis sentidos se activaron como sensores infrarrojos, podía oler, oír, sentir, ver y saborear el doble de lo normal. 


Un estruendo sordo  me hizo saber que estaban ahí. Pero su estancia solo duró un instante, lo suficiente

como para estar seguro de que sentí su presencia. No temía, pero estaba petrificado, no podía moverme, solo
escuchaba cómo mi corazón enviaba pulsaciones para dejarme saber que estaba vivo. Pero ellos debían continuar su viaje astral y se marcharon dejando estelas de luz invisibles que se desvanecían en el tiempo. Yo solo tuve la dicha de presenciar tan asombroso poder.

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